Solo nos hace falta ver un película de Marlene Dietrich para
darnos cuenta que nos encontramos ante una actriz atípica del Hollywood
clásico, quizá solo igualada por Mae West. Hablamos de una auténtica precursora
en el mundo de la moda kisch (del que nada envidiaría representantes actuales
como Madonna o Lady Gaga) y la provocación que trazó una fulgurante carrera
plagada de éxitos gracias a su fuerte personalidad que llenaba la pantalla
película tras película y a su tumultuosa vida que era fuente constante de la
prensa sensacionalista.
Marlene Dietrich nacía prácticamente con el siglo XX en
Alemania por lo que ya muy joven le tocó vivir los horrores de la primera
guerra mundial que devastó Europa. Lejos de amilanarse bajo tanta miseria,
Marlene decide probar suerte a base de mucho esfuerzo en el mundo de las
variedades, era una excelente violinista, pero su inquietud la llevó al mundo
del teatro y el cabaret, donde comenzó el coqueteo con un vestuario que la
definiría a lo largo de su carrera. Su éxito fue rotundo, así que su paso a un
cine que esos momentos estaba en auge en Alemania era el paso lógico en una
carrera que prometía ser exitosa y duradera. Y he aquí que se reúne con su
auténtico pygmalión, con un director que modelaría la imagen de una joven berlinesa
hasta convertirla en una de las actrices más conocidas del cine de Hollywood.
Este no era otro que Joseph Von Sternberg y su primer gran éxito está
catalogado no solo como una de las grandes películas del cine alemán sino
incluso mundial. Hoy por hoy “El ángel azul” (1930) aparece en la mayoría de
listas que remarcan la excelencia de las películas en ellas recogidas.
El auge del nazismo hace que Sternberg y por extensión
Dietrich se planteen emigrar a la meca del cine y allí continúan sus colaboraciones
que hoy se consideran títulos clave del a evolución del cine y que nos muestran
a una Dietrich enfundada en un sinfín de inverosímiles trajes y que desborda
glamour y personalidad por los cuatro costados e incluso se la podía ver
cantando, otra de sus múltiples facetas desarrollada en su pasado berlinés.
Hasta seis títulos recoge una de las más fructíferas colaboraciones de la
historia del cine Con “Marruecos” (1930) se empareja con Gary Cooper, uno de
los galanes de la época ala vez que abre
su carrera en Hollywood y con “Fatalidad” (1931) reafirmaría esa dualidad suya
rayana entre en bien y el mal.
Sus dos siguientes trabajos con Sternberg son sus más reconocidos. En “La Venus rubia” (1932) parece regresar a sus inicios cabareteros de “El ángel azul” y con “El expreso de Shangai” (1934) alcanza en cenit en cuanto al éxito y reconocimiento se refiere en esta especial y fructífera colaboración con Sternberg.
En sus dos últimas colaboraciones se mete en la piel ni más
ni menos que en la futura Catalina la grande de Rusia en “Capricho imperial” (1934) y en una desgarbada y “castiza” española en “El diablo es una mujer”(1935) representando fielmente lo que luego se conocería como femme fatale y en
lo que sería la última de las colaboraciones de estos dos grandes genios.
Tras dejar a Sternberg la fama de Marlene se encontraba en
lo más alto. Junto a Greta Garbo era la estrella de todas las carteleras del
cine estadounidense. La Dietrich decide aprovechar esta fama para, siempre
dentro imprimiéndole su toque personal, diversificar sus personajes y ampliar
su registro. Así colabora en títulos capitales como “El jardín de Alá” (1936) o
“Ángel”, dramas amorosos de Borzague y Lubitsch respectivamente.
Donde si arriesga indudablemente es en “Arizona” (1939). Un western que a priori parece un género en las antípodas de lo que Dietrich puede ofrecer, pero que sin embargo su gran personalidad consigue no solo que reflote sino que sea uno de los más considerados hoy en día dentro de su género.
En los cuarenta sigue completando el ciclo: regresa la femme
fatale en “Alta tensión” (1941) y la abnegada y enamoradiza mujer en “Capricho de mujer” (1942) o “Los usurpadores” (1942) volviendo de nuevo al western de la
mano ni más ni menos que John Wayne.
Con “Berlín occidente” (1948) comenzaría un serie de colaboraciones con grandísimos directores que pondrían el broche doro a su gran exitosa carrera. En este caso el filme de Wilder retrata el Berlín ocupado al que la Dietrich por fin regresaba a rodar tras su polémica nacionalización estadounidense a raíz de la segunda guerra mundial.
Tras Wilder llegan Hitchcock, el gran amante de las rubias para ofrecerle un papel del “Pánico en la escena”, en la que complemente a la perfección en trabajo de Jane Wyman, y el alemán Fritz Lang con quien rueda “Encubridora”, llenando de nuevo los mugrientos y peligrosos salones del oeste de boas de plumas y lentejuelas que animaban a los sedientos forajidos.
Con Wilder se reencuentra en la espectacular “Testigo de cargo” (1957), estupendo thriller de un director acostumbrado a la comedia a la altura de los grandes del género y colabora con Orson Welles en la exitosa intriga policíaca “Sed de mal” (1958)
Tras estos fulgurantes éxitos que sirven de colofón a una excelente carrera se la puede ver colaborando de manera puntual en películas como la coral que reúne un excelente plantel en “Vencedores o vencidos” o “Encuentro en París” a más gloria de una joven Audrey Hepburn.
A raíz de los mismos, una madura Marlene Dietrich desaparece
paulatinamente del panorama cinematográfico, dedicándose al cabaret, que tanto
éxito la dio en sus comienzos hasta que
rompe una pierna en una actuación. Ese sería el comienzo del fin de una de las
más deslumbrantes actrices de la historia del cine. Fin que se confirmaría años
después al fallecer en París a la avanzada edad de noventa años.
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