Siguiendo el repaso por las grandes figuras del cine cómico
en su etapa muda nos paramos a repasar la carrera de Harold Lloyd, una de las
caras más representativas de este estilo de cine basado en gags visuales
dotados de cierta dosis atlética y porque no decirlo con un violencia
ciertamente recurrente en lo que se vino a conocer como el slapstick.
Al igual que otros de los más grandes representantes de este
tipo de cine Lloyd pronto desenvolvió una serie de rasgos de identidad
definitorios. Si de Buster Keaton todos recordamos su rostro impenetrable
carente de sonrisa y de Chaplin sus anchos y raídos pantalones contrapuestos a
su ceñida chaqueta que siempre acompañaba de su bastón y su bombín de Harold
Lloyd recordamos esas grandes gafas de pasta y su sombrero de paja acompañados
de esa eterna sonrisa.
Sin embargo su entrada en el mundo del cine no fue tan
vocacional como otros de sus compañeros de profesión, de hecho Harold Lloyd no
era más que un simple acomodador cuando su amistad con un conocido por quel
entonces actor de la época le reporta sus primeros papeles como extra. Su mente
despierta, sus ganas de aprender y el entusiasmo con en que afrontaba sus
trabajo lo llevan a ir evolucionando desde extra hasta lograr pequeños papeles
y tras una breve formación (que le sirve para trabar amistad con el futuro
productor de Hollywood Hal Roach, pieza fundamental en el futuro devenir de
Lloyd en el cine) da el gran salto al cine de Hollywood.
Sus primeros papeles datan de 1917. Son una serie de
cortometrajes, que nos solo le sirvieron para modelar su personaje y tomar
conciencia de lo que estaba suponiendo la irrupción del cine en la sociedad de
la época. Sino que con ellos poco a poco fue dándose a conocer para un público
cada vez más creciente. De esta época datan cortos como “El chef”, “Habla con papá”, ambos de
1919 o "Aparición de fantasmas” de
1920
Gracias al gran éxito y popularidad alcanzada por este puñado de cortometrajes a lo largo de dos años el salto al largometraje iba a ser cuestión de tiempo y así lo logra en 1921 en una de sus películas más recordadas “Marinero de agua dulce”.
Harold Lloyd ya era considerado como una de las caras
principales del cine cómico y así sus éxitos se iban concatenándose, esta vez ya en
forma de largometrajes. Sucediéndose títulos como “El doctor Jack” (1922), “El tenorio tímido” (1924) u otro de sus grandes aciertos “El estudiante novato” (1925).
Sin embargo es en 1923 cuando Harold Lloyd se convierte en mito al protagonizar “El hombre mosca”, sin duda su película más recordada, que nos deja para la posteridad la famosa y arriesgada escena del ascenso al edificio, anticipando escenas dignas de King Kong o del mismísimo hombre araña.
La transición al sonoro fue dura y trabajosa, aunque al igual que Chaplin, supo sobreponerse a una novedad que venía a modificar no solo la forma de hacer comedia sino la de entender un cine hasta aquel entonces basado en la mímica. Su primera aportación al cine sonoro viene ya en 1929 con ¡Qué fenómeno! .
Sus dos grandes aciertos una vez iniciada esta etapa fueron
“Cinemanía” (1932), que le mismo dirigió y sobre todo la que viene siendo
considerada como su mejor obra en el cine sonoro “La vía láctea” (1936),
firmada por un Leo McCarey en lo mejor de su carrera por aquel entonces.
Tras la década de los treinta su aportación se fue haciendo más gradual y solo con esporádicas apariciones como “¡Oh que miércoles!” (1947). Un gradual vuelta al anonimato, que dedicó para ponerse al día con múltiples proyectos personales, hasta su muerte en los setenta que sin embargo no resta pizca de mérito a este pionero de la comedia hoy en día considerado como una de las caras fundamentales a la hora de entender este género
Lloyd a la derecha junto a otros dos genios del humor como Keaton y Tatì
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