Maurice Henri Joseph Schérer o Eric Rohmer como fue conocido
para la posteridad cinematográfica pasa por ser uno de los miembros principales
de la nouvelle vague francesa. Creador de un cine de autor intelectual es el
paradigma de hombre polifacético, al igual que muchos de sus compañeros de
generación y movimiento su conocimiento y amor por el cine traspasa su faceta
de realizador y guionista llevándolo a su vez por otros derroteros como la
literatura, el periodismo o incluso la docencia, todo ello siempre ligado de
una manera a u otra a lo que siempre fue su pasión que no es otra que el cine.
Su extensa obra que abarca más de medio siglo de trabajo
refleja la visión del mundo de Rohmer y a su vez se puede englobar
principalmente, aunque no en su totalidad, en series o sagas que ahondan, aún
siendo cada pieza independiente de su “hermana”, en temas comunes que las hacen
parte de un todo.
Tras un serie de cortos a los largo de la década de los
cincuenta su primara gran obra llega en 1959, en lo que a todas luces puede
considerarse el bautizo de fuego de Rohmer en esto del séptimo arte. Con “El signo del león” no solo muestra su visión del mundo sino que se ve la
influencia de grandes directores triunfantes en la época como Rosellini o
Renoir, auténtico ídolo de Rohmer.
Tras un debut que dejó tan encantada a la crítica como
indiferente al gran público, Rohmer se embarca en una serie de seis películas,
primeramente concebida como novela (algo que desechará por este proyecto) en
donde disertará y diseccionará a través de sus personajes la importancia de la
cotidianidad, ensalzándola a través de sus propios personajes. Aquí podemos ver
su cine más prosaico, vacío de artificios que sobre todo trata sobre un
sentimiento tan universal y complejo como el amor. Todo ello englobado en
películas como:
“La panadera de Monceau” (1962) - en este caso es apenas un mediometraje que panes traspasa los
20 minutos, pero que tiene como valor añadido ser el inicio de esta primera
saga. En donde ya Rohmer da muestras de lo que va a ser no solo su saga sino
probablemente la mayoría de su obra. Un constante lucha entre el amor y el
desamor.
“La carrera de Suzanne” (1963) – Primer largometraje de la saga en donde el trío de protagonistas da pie el director para ahondar sobre el amor y todas su consecuencias.
“La coleccionista” (1967) – El parón de cuatro años, dedicados a otros proyectos, le viene bien a Rohmer, pues alcanza su primer gran éxito internacional con este drama basado en una especie de búsqueda espiritual de una felicidad que parece más bien lejana tras una anodina rutina.
“Mi noche con Maud” (1969) – Uno de los títulos principales de toda la obra del autor, con la que incluso opta al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Dominada por una sencillez abrumadora la película retrata como pocas a personajes anclados en su rutina que luchan denodadamente por escapar hacia una vida cuando menos distinta.
“La rodilla de Claire” (1970) – Otro de las grandes aportaciones del director al séptimo arte. Un flirteo inocente que con el avance del metraje nos hace ahondar en los personajes, en sus sentimientos y en la manera de refirmarse en las relaciones interpersonales
“El amor después de mediodía” (1972) - Rohmer cierra el círculo del amor con la fragilidad de la fidelidad. Toda una serie de tentaciones que cobran forma en el cuerpo de una antigua y bella amiga que pondrá en jaque la estabilidad de un plácido y bien avenido matrimonio de éxito.
Tras esta serie dedicada a la moralidad derivada del amor, Rohmer hace un paréntesis en su cine y rueda un par de películas históricas antes de embarcarse en su nuevo proyecto. De ambas destaca sobre todo “La marquesa de O” (1976), toda un lienzo sobre al decadencia de la aristocracia italiana, ya trazado magistralmente con anterioridad por Visconti en “El gatopardo” (1963).
Con el amor de nuevo como vehículo narrativo, Rohmer compone
otro ciclo más optimista, quizá algo más alejado del movimiento de la nouvellle
vague que ya se antojaba lejano en el tiempo. Pero eso sí la obra aquí recogida
refleja fielmente la ideología del autor. Un cine ya asentado en el tiempo que
sigue configurando una peculiar y sencilla forma de ver el mundo y las
relaciones sociales, quizá el mayor legado del cine de Rohmer. Otras seis
películas como muestra de la evolución del director:
“La mujer del aviador” (1980) – Rohmer comienza esta su
segunda etapa con una historia de amor y celos, en donde la confusión parece
cegar los sentimientos de los protagonistas llevándolos a actuar con actitudes
un tanto reprobables.
“La buena boda” (1982) – El desamor como camino conductor al amor o la resignación del desamor, podrían ser el resumen lineal de una nueva lección de Rohmer que continua la labor empezada dos años atrás con la primera piedra de este nuevo proyecto.
“Pauline en la playa” (1983) – Sin duda la película más reconocible y recordada de esta segunda fase creativa de Rohmer. Con el amor adolescente como fondo narrativo. Un amor impulsivo y pasional que arrastra a los personajes a experimentar nuevas y ansiadas sensaciones.
“Las noches de luna llena” (1984) – La protagonista busca reafirmar su vida alejándose de su posesivo novio en busca de sus espacio en la vida. Continuas y vacías experiencias posteriores le harán replantear lo correcto o no de su drástica decisión.
“El rayo verde” (1986) – Otra de las obras importantes dentro de comedias y proverbios. Una solitaria y deprimida mujer decide salir de viaje en sus vacaciones sin sospechar el giro que esa decisión supondría en su vida.
“El amigo de mi amiga” (1987) – Amor a cuatro bandas
para cerrar esta nueva etapa en la obra de Rohmer. Todo un “cocktail amoroso”
entre las parejas protagonistas, mediante continuos y velados flirteos.
De temática muy similar a las anteriores Rohmer sigue
ahondando en las relaciones interpersonales con el amor y sus consecuencias
como argumento principal. Esta vez el ciclo, como de su nombre bien se puede
intuir, consta de cuatro piezas, una por cada estación del año.
"Cuento de primavera" (1990) – El director francés narra con
parsimonia las relaciones entre parejas, los impulsos que las mueve y las
pasiones que desatan. Con cinco personajes y largos diálogos Rohmer diserta
sobre el amor, la infidelidad, la amistad o los celos entre otras cosas.
"Cuento de invierno (1992)" – Un romance estival deja marcada
a una joven, lo que le hará replantearse todo el resto de sus relaciones al
compararlas inevitablemente con el idílico encuentro de invierno.
"Cuento de verano (1996)" – El amor se hala donde uno menos
sospecha. Eso debe pensar el protagonista de esta cinta que tras entablar, o al
menos intentarlo u sinfín de relaciones parece encontrarse a gusto con quien
menos se imagina.
"Cuento de otoño (1998)" – El amor no tiene edad. Otra de las
frases recurrentes que precisamente en esta última aportación decide demostrar
Rohmer desde unos cuidados y hermosos parajes de la Provenza francesa.
Si bien los ciclos de Rohmer se acabaron con los cuentos de las cuatro estaciones, cerrando así una peculiar trilogía de sagas sobre las relaciones personales y el amor, su cine sigue en evolución prácticamente hasta el momento de su muerte a penas recién iniciado 2010. Así se suceden las más variopintas obras, dramas de distintas épocas como “La inglesa y el duque" (2001), una recreación perfeccionista del París posterior al asalto de la bastilla, de los días de revolución y barricadas desde un punto de vista teatral, con largos diálogos en amplios planos o “Triple agente” (2004), toda una historia idealista con una Europa que se prepara para la segunda guerra mundial mientras ve como España se desmiembra en su guerra civil y por último en lo que fue su despedida para el séptimo arte la adaptación del clásico de la literatura barroca francesa “El romance de Astrea y Celadón” (2007). Con el se apagaba una de las grandas figuras de la nouvelle vague, que lejos de anclarse en el movimiento supo adaptarse a los tiempos y ser un longevo director de éxito.
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