Pocos le dirían a esta actriz británica de ojos imposibles
que ya desde muy pequeña estaba habituada a la gran pantalla que acabaría
convirtiéndose en uno de los iconos femeninos de Hollywood todos los tiempos.
Su tumultuosa vida sentimental era seguida al dedillo por la prensa
sensacionalista del mundo entero y sus exitosas películas triunfaban en los
cines a lo largo de todo el globo. Su éxito se escribió con letras de oro y
desde aquí un pequeño homenaje.
Elizabeth Rosemond Taylor viene al mundo a principio de la
década de los treinta en el barrio londinense de Hampstead. En un mundo
convulso tras la primera guerra mundial que había asolado Europa y en donde el
cine hacia gala desde algunos años atrás del exitoso sonido.
Hija de una familia de clase media la segunda guerra mundial
la llevó a emigrar a los Estados Unidos a los pocos años de vida. Gracias al
empeño de su madre (actriz vocacional) comenzó en el mundo de la interpretación
desde edades muy tempranas. Los numerosos castings, anuncios y cameos, unidos a
la espontaneidad de la joven Liz la llevan a participar en distintas películas
como las de la eterna Lassie y a la
edad de catorce años ya se le podía considerar una estrella emergente como lo
podía ser Mickey Rooney.
Su primer gran éxito, con rubios e imposibles bucles
incluídos, viene de la mano de Melvin Leroy que consigue reunir un reparto de
auténtico lujo en el remake del clásico de. George Cukor “Mujercitas”.
Con los cincuenta ya naciendo empiezan sus primeros papeles
de mujer adulta, así se la puede ver como hija de Spencer Tracy en “El padre de la novia” o su continuación “El padre es abuelo” (ambas de Vicente Minelli) o
en la épica “Ivanhoe” dando réplica a un galán consagrado como Robert Taylor.
Con una película tan mítica como “Gigante” (1956) se
encumbra definitivamente igual que le ocurre a su protagonista masculino
(James Dean) y con “El árbol de la vida” (1957) logra la
primera de sus muchas nominaciones a los Oscar.
Los siguientes años lejos de alejarla del éxito la mantiene
en el candelero confirmándola como la mejor actriz del momento. Los éxitos y
nominaciones se suceden, primero con dos películas basadas en textos de
Tennesse Williams: la inolvidable “La gata sobre el tejado de cinc” y la
controvertida “De repente el último verano”. Finalmente y a la cuarta se lleva
el gato al agua en la gala de los Oscar y consigue su primera estatuílla por su
excelente interpretación en “La mujer marcada”. Corría el año 1960, Liz Taylor
no tenía siquiera treinta años y su carrera cinematográfica parecía no tener
techo.
Los sesenta estuvieron marcados por la aparición de Richard
Burton, una de sus parejas predilectas delante de la cámara y el gran amor de
su vida (con el que estuvo casada en un par de ocasiones). Su primera aparición
juntos fue también una de las más sonadas y una de los mayores inversiones de
la historia del cine (tanta que pese al éxito de la película casi deja en
bancarrota al estudio). La película no es otra que la archiconocida “Cleopatra”
de Mankiewicz.
Tras esta primera colaboración se suceden a lo largo del
tiempo ni más ni menos que diez más con todo tipo de suerte de entre la que
destaca otro exitazo como ¿Quién teme a Virginia Wolf? (1966) de Mike Nichols
por el que la actriz logra su segundo Oscar.
A raíz de este segundo éxito, en cuanto Oscar se refiere, la
vida privada de la actriz y por ende su carrera entra en una espiral de locura
y frenesí, que pese a no influir en cuanto a ritmo de trabajo si en cuanto a
calidad. De todo este trabajo a lo largo
de sus últimos treinta años podemos rescatar “Reflejos de un ojo dorado” (1967), que la reúne con un Brando ya algo devaluado (hasta su posterior
aparición en “El padrino [1972] que le devolvería lustre perdido), “El pájaro azul” (1976) por reencontrarse con un Cukor, que firmaba una de sus últimas
obras o “El espejo roto” (1980), basada en la famosa novela de Agatha Christie.
Sus últimos años pese a verla seriamente deteriorada y no
ser más que una caricatura de la belleza que la acompaño a lo largo de su
carrera los pasó trabajando hasta cerca de su muerte en 2011 cuando estaba
apunto de cumplir los ochenta años.
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