martes, 3 de julio de 2012

Humphrey Bogart


Carecía de la apostura de Cary Grant, adolecía de los centímetros que dotaban de gallardía a Gary Cooper o John Wayne, incluso su voz nasal no cuajaba lo suficiente en los cánones del Hollywood clásico, pese a todo ese lastre y todo gracias a su carisma delante de las cámaras la figura de Humphrey Bogart es a día de hoy inmortal; una de las estrellas que más brillan y llevan brillado en el universo cinematográfico.

Humphrey DeForest Bogart nace en la última navidad del siglo XIX en la cosmopolita Nueva York en el seno de una familia acomodada (era el hijo de un cirujano y una diseñadora gráfica). Sus pasos se encaminarían hacia los de su progenitor de no ser por su temprana rebeldía y por la irrupción en su vida de William Brady Jr. (hijo del famoso productor de teatro del mismo nombre) que le introdujo el gusanillo de la interpretación.

Tras un fugaz paso por Europa para pasear su patriotismo por la I guerra mundial, de la que se trajo un recuerdo en forma de cicatriz en el labio que le confirió esa peculiar forma de hablar tan nasalizada se metió de lleno en el mundo del cine. Así tras actuar como secundario con actores ya más afianzados de la época como Spencer Tracy o James Cagney y Edward G. Robison (sus precursores por antonomasia como duros del cine policiaco y de gangters) su carisma empieza  ser reconocido dentro del mundillo de Hollywood y se le comienzan a conceder papeles principales entre los que destacan sobre todo El bosque petrificado” (1936), “La mujer marcada” (1937), ambas junto a la gran Bette Davis, “Ángeles con caras sucias” (1938), formando un trío de lujo con James Cagney y Pat O´Brien, amén de un buen número de cintas clave dentro del género policiaco y gangsteres en el que tan bien se movía “Boogie” (“Los violentos años veinte”, “El rey del hampa”…).


Así y todo llegan los cuarenta con la popularidad de Bogart por las nubes como uno de los duros de Hollywood y con ella llega un nuevo concepto en el cine: el cine negro, Bogart pronto se convierte en una de las caras clave dentro de este subgénero y firm título míticos, no solo dentro del mismo sino del cine en general; títulos como “El halcón maltés” (1941) de John Huston (la que para todos es la precursora de todo el subgénero del cine negro) o “El sueño eterno” (como Philip Marlowe), “Tener y no tener” (1944), “La senda tenebrosa” (1947) y “Cayo largo” (1948) en todas ellas se complementa con Lauren Bacall, mítica pareja suya no solo en delante de la pantalla y del cine negro, sino incluso en la vida real, pese a la diferencia de edad.


Sin embargo su mayor éxito de la década es en una película estrenada sin mucha publicidad ni fe en sus posibilidades. Una cinta destinada a cubrir las necesidades durante la dura época de la II guerra mundial, la gran acogida de la misma dejó patidifusos a productores y a los propios autores, erigiéndose como una de las películas más rentables de la historia y por la que Bogart incluso opta al Oscar. A pocos se les escapa que estamos hablando de la mítica “Casablanca” (1942) de Michael Curtiz



La década de los cuarenta también deja otro de título reseñable para la filmografía de Bogart, al margen de tanto cine negro y de la ya mentada “Casablanca”. Estamos hablando un título de tal calibre como la premiada “El tesoro de sierra madre” (1949) de John Huston, una auténtica obra maestra, considerada a día de hoy como uno de los grandes clásicos de siempre.


Apenas comenzados los cincuenta y con Bogart en lo más alto del estrellato de Hollywood, aparece en sus manos un guión alejado de los papeles que solía desenvolver por aquel entonces: el de un tosco borrachín que ha de vérselas con una recta damisela en lo lejanos parajes africanos durante la II guerra mundial. El resultado es espectacular: uno de los títulos cumbre de John Huston que son considerados en todas ls listas de mejores películas de toda la historia y a nivel personal la posibilidad de alzarse con la estatuilla a mejor actor (la única que consigue tras tres nominaciones). La película no es otra que “La reina de África” (1951).


En los cincuenta, pese  seguir rodando algún que otro título de cine negro (“Más dura será la caída”) cierra su periplo por el mundo del cine con papeles alejados del concepto que el gran público tiene de el. Así lo podemos observar compitiendo con William Holden por el amor de una jovencita Audrey Hepburn en un título importante en la filmografía de ambos (“Sabrina” de Billy Wilder), enfrascado en el cine bélico con “El motín del Caine”, que le valió su última nominación a los Oscar o acompañando a Ava Gardner en “La condesa descalza”, esta vez con una trama centrada en el mundo del cine.


Su gran pasión, a parte de la bebida, fue el tabaco. Su imagen con un pitillo en boca es un auténtico icono y la cortina de humo en muchas de sus escenas fueron adaptadas como un signo más del cine negro. Eso si, todos sabemos lo perjudicial del tal hábito, incluido Bogart, que muere a una edad relativamente temprana debido a un fulminante cáncer de esófago, así quedaba atrás uno de los mayores iconos no solo del cine negro sino del universo estelar de Hollywood. 


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