A buen seguro que si realizamos una encuesta entre público norteamericano sobre cual sería su actor predilecto o con el que más se sentirían identificados, el bueno de “Jimmy” Stewart estaría en las primeras posiciones, junto al patriótico John Wayne o el siempre correcto Gregory Peck. Muchos padres de los años 30/40 le tenían como el yerno perfecto, y es que el carisma y el saber estar de James Stewart, tanto dentro como fuera de la pantalla, no le ha hecho sino que ganar más y más adeptos a lo largo de los años.
Hablar de James Stewart, es hablar del juicioso y honesto hombre de clase media de las películas de Capra, es hablar de un patriótico que dejó a un lado su carrera cinematográfica para defender los colores de sus país, es hablar de uno de los actores predilectos de Alfred Hitchcock, es hablar de un puntal del western de los cincuenta. En definitiva, hablar de Stewart, es mucho hablar.
Este tímido joven, que nacía cerca de Pittsburg a poco de estrenarse el siglo XX, tenía como meta en la vida convertirse en piloto aéreo, pero que por insistencia paterna ingresa en Princeton para convertirse el un próspero arquitecto. Allí casualmente se inicia en la interpretación, algo que sorpresivamente, pese a su timidez, se le daba bastante bien y además le gustaba cada vez más; tanto era que tan solo cuatro años después era reclutado en Broadway y comenzaba a interpretar pequeños papeles menores en Hollywood.
Tras arraigarse el Hollywood y llevar a cuestas más de una decena de películas, su espaldarazo definitivo viene de manos de Frank Capra, con ese cine tan característico suyo, esas fábulas sociales, en donde el hombre de clase media cobra importancia en una sociedad cada vez más descivilizada. El film en cuestión es “Vive como quieras” (1938). El éxito es incontestable y “Jimmy” comienza su carrera estelar por Hollywood.
Capra es consciente de lo que tiene entre manos y decide aprovechar el talento de Stewart un año después es la aclamada “Caballero sin espada”, a parte Stewart aprovecha el año 1939 para iniciarse en un género que años después daría más lustre si cabe a su carrera: el western con “Arizona” de George Marshall.
Los cuarenta se inician como acabaron los treinta: con más éxitos. Debut con el genio de la comedia Ernst Lubitsch en “El bazar de la sorpresas” (1940) y sobre todo un merecido Oscar por la intepretación junto a Kate Hepburn y Cary Grant (ahí es nada) en una de las mejores películas jamás filmadas: “Historias de Filadelfia” de George Cukor. La carrera de Stewart está en lo más alto, pero irrumpe la segunda guerra mundial, y “Jimmy” dando un ejemplo de solidaridad y patriotismo deja de lado el glamour de Hollywood, para cruzar el Atlántico y plantarse en Europa, en donde no se cansará de acaparar medallas.
Su regreso a casa le trae un gran regalo en forma de dos grandes películas, una de nuevo a cargo de Capra. La nostálgica y siempre recordada en épocas navideñas ¡Que bello es vivir! (1946), y otra su primera colaboración con Alfred Hitchcock “La soga” (1948), en un memorable reto del director para rodar en un plano secuencia.
Los éxitos de las dos películas anteriores, permite entrar a Stewart en los cincuenta con todo el crédito recuperado (si alguna vez se había esfumado). Los cincuenta se convertirán en la década dorada de su cine, en donde sus películas eran cada vez más numerosas y mejores, a saber:
Grandes títulos de western como “Flecha rota” de Delmer Daves (1950), “Carabina Williams” de Richard Thorpe y sobre todo “Horizontes lejanos” (1954) y “El hombre de Laramie” (1955), ambas de Anthony Mann.
Sus colaboraciones con Hitchcock (dos de ellas capitales en la filmografía del mago del suspense): “La ventana indiscreta” (1954) con Grace Kelly y “Vértigo: de entre los muertos” (1956) con Kim Novak, a parte de remake de “El hombre que sabía demasiado” (1958).
Grandes producciones como “El mayor espectáculo del mundo”, epopeya del mundo del circo de Cecil B. Demille, “El héroe solitario” de Billy Wilder, biopic sobre Charles Lindbergh, la primera persona capaz de sobrevolar el océano atlántico sin escalas y “Anatomía de un asesinato” (1959), el soberbio thriller de Otto Preminger.
Los sesenta lo confirmaron como estrella de western, sobre todo por “El hombre que disparó a Liberty Valance” (1962) de John Ford, una auténtica obra maestra del género, pero también por otras obras destacables ambientadas en el árido oeste americano: la épica historia, contada por distintos directores, de cómo se formó el oeste “La conquista del Oeste” (1962), “Dos cabalgan juntos” (1961) de nuevo de John Ford y “El club social de Cheyenne” (1970) curiosamente dirigida por Gene Nelly e interpretada junto a su gran amigo Henry Fonda. A las que uniremos la interesante “El vuelo del Fénix” (1965) de Robert Aldrich.
Con los setenta su aportación bajó considerablemente, Stewart pasaba de los 60, y atrás quedaba esa figura autoritaria del western. Sus apariciones se fueron haciendo más y más esporádicas, hasta prácticamente desparecer (algo que haría definitivamente en los ochenta)
James Stewart moría en 1997 en su casa de Beverly Hills, frisando los noventa años, y con la mente trastocada por el Alzheimer. Se había olvidado del mundo, pero el mundo no se había olvidado de ese tímido chiquillo que había sabido llenar con su carisma cientos de historias, curiosamente el última de ellas como doblador en la película de animación “Fievel va al oeste” (1991), si, ese oeste que tantas alegría le dio al Jimmy a lo largo de su fructífera carrera.
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