Hijo de comediantes ambulantes la carrera de Keaton empezó de bien joven y no paró hasta ser uno de los actores más reconocidos del viejo Hollywood.
Está claro que no tuvo la misma trascendencia que un Charles Chaplin, ni la calidad interpretativa de un Emile Jannings, pero Buster Keaton a base de slap-stick consiguió convertirse en una de las mayores estrellas del cine mudo, firmando auténticas obras de arte para la historia del cine.
La historia del joven Keaton nace con el recién estrenado siglo XX, y es que con tan solo cuatro añitos sus progenitores deciden incorporarlo a su número de variedades: los “Dos Keatons” pasan a ser los “Tres Keatons”.
Desde un principio se le ve encantado con su nuevo rol, y su padrino, ni más ni menos que el gran Houdini (que compartía compañía con sus padres) decide rebautizarlo con el que a la postre sería su nombre artístico: Buster (no olvidemos que Keaton nace como Joseph Francis Keaton) debido a su gran temple y aguante en el escenario.
Durante esta época Keaton aprende todo tipo de acrobacias y números de vodevil que le serán útiles años después para desempeñar su papel en sus famosos slap-stick (comedias caracterizadas por una serie de gags basados en una exageración de la violencia física).
Keaton crecía feliz y “maltratado” por los escenarios de toda América de la mano de sus padres, pero el sentía que el vodevil no llenaba todo el torrente artístico que tenía dentro así que ni corto ni perezoso deja la compañía y se va con lo puesto a Nueva York a buscar suerte en el teatro.
Poco a poco y no sin esfuerzo Buster Keaton se va granjeando un nombre en el mundo de la variedades de Broadway, pero el gran giro de su vida aparece cuando conoce por casualidad al conocido actor de cine Roscoe “Fatty” Arbuckle, el orondo actor queda prendado de los números de Keaton y le ofrece la posibilidad de colaborar con el en sus cortos. La carrera de Buster Keaton (o “Pamplinas” como será conocido en España) acaba de comenzar.
Tras casi una decena de películas co-protagonizadas junto a Arbuckle irrumpe la Primera Guerra Mundial, y Keaton, junto con otros muchos jóvenes americanos se alista para ir a Europa. De allí se traería el horrible recuerdo de una desoladora guerra y una infección de oídos que lo dejó casi sordo.
En su vuelta a Hollywood comenzó trabajar en solitario, entre otras cosas porque Arbuckle, bajo sospecha de violación, apenas actuaba ya. Su primer corto como protagonista en solitario fue “Vecinos” (1920).
La entrada de los años veinte conllevó el ascenso meteórico de la fama de Keaton. Los éxitos comenzaron a sucederse. Tras innumerables y esperados cortos (“El espantapájaros [1920], “La cabra” [1921] o “La casa eléctrica” [1922]). Su primer taquillazo (“Las tres edades” [1923]) resulta ser una sátira del éxito de D.W. Griffith “Intolerancia” (1916).
Siguiendo la estela de “Las tres edades”, Keaton va la zaga de nuevo con éxito tras éxito: la hilarante “Las siete ocasiones” (1924) con su inolvidable persecución final, “El rey de los cowboys” (1925) en donde satiriza el western, género norteamericano por excelencia y una de sus obras más conocidas, y a su vez una obra de arte “El moderno Sherlock Holmes” (1924).
El éxito de Keaton era abrumador, tanto que ya había creado su propia productora (Buster Keaton Comedies) e incluso dirigía sus propios filmes. Su culmen llega en 1926 con el estreno de “El maquinista de la general”, no solo su obra maestra, sino una auténtica joya del cine mudo. Una perfecta muestra de compañerismo ambientado en la guerra de la secesión americana.
Tras la misma Keaton estrena otros de sus dos grandes éxitos: “El héroe del río” (1928) y el “El cameraman” (1928) para finalizar la época del cine mudo con “El comparsa” (1929).
Al contrario que a Chaplin, que si se supo reciclar, el paso del cine mudo al sonoro fue un serio contratiempo para la carrera de Keaton. Su “chispa” basada en cómicos gags desapareció, ahora era más valorado el humor basado en frescos diálogos, más en consonancia con las películas de los hermanos Marx o las de Mae West.
La carrera de Keaton se fue devaluando hasta caer prácticamente en el olvido. Solo ya en los cincuenta el cine decide rendirle un último homenaje a uno de los grandes cómicos de la historia del cine con apariciones en “El crepúsculo de los dioses” (1950) de Billy Wilder, “El mundo esta loco, loco, loco” de Stanley Kramer (1963) o “Golfus de Roma” de Richard Lester (1966), pero sobre todo por una impagable escena final junto a Charles Chaplin en “Candilejas”: dos genios de la comedia reunidos en un mismo plano.
Su despedida para el gran público lo hacía con la citada “Golfus de Roma”, Keaton moría ese mismo año a la edad de 70 años. Con Keaton moría una forma de hacer comedia. Un comediante que a lo largo de su extensa trayectoria curiosamente jamás lució una sonrisa.