miércoles, 9 de enero de 2013

Stan Laurel y Oliver Hardy (El gordo y el flaco)


Otros de los grandes iconos de cine mudo serán siempre recordados en un indisociable pareja y es que aunque la carrera de Stan Laurel y Oliver Hardy ya venía de lejos en el temprano cine mudo no fue hasta que se consolidaron como la pareja Laurel y Hardy (o el gordo y el flaco como serían reconocidos en los países hispanohablantes) para pasar a a la historia como uno de los hitos del cine cómico de todos los tiempos.

Esta improbable pareja de un escuálido actor británico y de un orondo estadounidense estaba destinada a convertirse no solo en un referente del género slapstick sino en todo un icono y un referente en el legado del cine cómico, algo que Hollywood supo reconocer cuando ya con Oliver Hardy fallecido le fue concedido un Oscar a Stan Laurel por su especial contribución a la evolución del cine cómico. Hoy en día sus nombres están al lado de los Harold Lloyd, Charles Chaplin, Buster Keaton o ya con el recién estrenado sonido los hermanos Marx.

Tras una serie de cortos de escasa relevancia a sus espaldas y con algo de suerte, como siempre en esta vida, Laurel y Hardy unen su destino en “The lucky dog” (1921), su primer corto conjunto, aunque sin formar todavía ese dúo cómico que tanto éxito le acarrearía en el futuro. Éxito que se comenzaría a fraguar con “Un par de marinos” (1927) o “Un día de campo” (1929), primeras cartas de presentación de este dúo al universo fílmico mundial.


Corrían tiempos difíciles para la comedia, uno de los géneros más afectados con la entrada del cine sonoro. El género slapstick, claramente visual, parecía quedar obsoleto ante un público ávido de las importantes novedades que conllevaba el cine sonoro, algo que fue una gran losa para una importante cantidad de actores y actrices silentes que fueron incapaces de dar el salto de un cine a otro. Éste no fue el caso de Laurel y Hardy, dos perfectos caballeros cargados de optimismo que contraponían el correcto acento británico de uno con el más coloquial sureño del otro haciendo las delicias de un nuevo público para una nueva forma de hacer comedia.

Así los pequeños rollos de veinte minutos pasan a mediometrajes lo que hacía más que evidente el creciente éxito de la pareja. Era cuestión de tiempo para el lógico salto al largometraje. Corría el año 1931 y se estrenaba “De bote en bote”, toda una sátira sobre la ley seca que tuvo una gran repercusión en la época y que les permitió acrecentar su fama pudiendo asentarse en el sistema de estudios, intercalando el rodaje de cortos y mediometrajes con el estreno de nuevos largometrajes.


Su siguiente gran éxito será a la postre su obra más recordada. En 1933 se estrena “Compañeros de juerga” una fabulosa comedia de engaños que eleva al estrellato y a la fama a la ya mundialmente conocida pareja de cómicos para ganarse un hueco de una vez por todas en ese lugar selecto en donde solo figuran los más grandes de la comedia.


Pese a la gran fama alcanzada, el trabajo y esfuerzo de la pareja es intachable. Su ritmo de trabajo es frenético y se suceden cortos y más cortos de éxito “Dos veces dos” (1933), "Dos entrometidos” (1933), “Por su mala cabeza” (1934)…con largometrajes de un calidad más que aceptable como “Fra diavolo” (1933) o “Había un vez dos héroes” (1934), un puñado de oportunidades para mostrar al mundo su talento para la comedia y su total compenetración como pareja cómica.



Otro de sus grandes títulos llega con “Dos fusileros sin bala” (1935) una hilarante comedia sobre una supuesta herencia que sacaría al dúo de un vez por todas de pobres y a los que una serie de enredos los lleva a combatir defendiendo los intereses del imperio británico en India.


Un año más tarde llegan un par de títulos importantes “Dos pares de mellizos”, en donde apreciamos al dúo incluso por partida doble y “Un par de gitanos” en la cual aplican todo su ingenio y “destreza” (más bien torpeza) para rescatar a su hija adoptiva de los oscuros calabozos del castillo en donde se halla encerrada.


Tras seguir de nuevo su quimera del oro, esta vez intentando vender ratoneras en Suiza, la cuna del queso por excelencia en “Quesos y besos” (1938), Laurel y Hardy finalizan los años treinta en el cenit de su fama con importantes títulos que los llevaran desde luchar en la primera guerra mundial en “Cabezas de chorlito” (1938) hasta el mismísimo oeste en “Laurel y Hardy en el oeste” (1937).



En los cuarenta pese a seguir con la misma fuerza que en su década dorada comienza su lenta pero paulatina decadencia. Así esta nueva década sigue englobando éxitos como “Estudiantes en Oxford” (1940), “Marinos a la fuerza” (1940) o ¡Qué par de locos!” (1942). La irrupción de la segunda guerra mundial y la continua evolución del cine fueron relegando paulatinamente a este par de cómicos hacia el olvido y sus trabajos eran cada vez menos frecuentes y de menor calado.


Tras le guerra apenas lo pudimos ver en un puñado de título y para eso de una calidad muy inferior a la que nos venían acostumbrando con “Utopía”, un producción francesa de 1951 finalizaba la extensa y exitosa colaboración del dúo para la gran pantalla. Finalmente enfocaron sus miras en las giras y en la recién estrenada televisión, pero sus fama ya había pasado y pese al esfuerzo de amigos comunes como John Wayne o Hal Roach Jr. el caso es que Laurel y Hardy jamás volvieron a aparecer juntos en la gran pantalla. Oliver Hardy fallecía recluido en su casa con depresión tras haber perdido casi sesenta kilos de su famosa y oronda figura debido a una serie de derrames cerebrales mientras que Stan Laurel le sobrevivió nueve años en los que tuvo tiempo de recibir un homenaje de Hollywood en forma de Oscar por su carrera y méritos al que ni siquiera acudió a recibir muriendo en su casa de un infarto ya entrados los años sesenta. 
 

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