“Gary Cooper, que estás en los cielos…” reza la famosa
película de la fallecida cineasta Pilar Miró. Detalles como esta nos dan a
entender la importancia y calado de Cooper en la cultura universal.
Gary Cooper fue una de las primeras estrellas del cine sonoro
americano, durante su larga carrera tuvo tiempo de obtener dos Oscars (a parte
del honorífico por toda su carrera) al margen del gran reconocimiento de
pública y crítica, siendo uno de los actores más queridos y recordados de su
época.
Frank James Cooper nace a principios del siglo pasado en
Montana, hijo de emigrantes ingleses, y al igual que otro muchos jóvenes del
lugar, se dedica a trabajar en el rancho familiar desde muy pequeño. Su vida
pasa con sosiego, hasta que un buen día harto de tanto hastío deja sus estudios
y se dirige rumbo a Hollywood para interesarse por el novedoso y creciente
mundo del cine.
Son tiempo todavía de cine mudo y el apuesto y alto Gary
Cooper no tiene problemas para aparecer como extra en los numerosos western de
serie B que se rodaban en la época como aperitivo de las grandes producciones.
Sin embargo el mundo de Hollywood pronto empieza a darse
cuenta que tras aquel joven desgarbado de ojos azules había una estrella en
ciernes y pronto intentaron “tallar” aquel diamante en bruto.
Su primera gran aparición fue en “Alas” (1927) de William
Wellman que pasará a la historia por ser la primera película en alzarse con la
estatuilla de los Oscar (que estrenaban gala ese mismo año).
La cara de Cooper empezaba a ser reconocida por el mundillo
y el cine sonoro por fin hace su aparición, Cooper debería afrontar una prueba
de fuego que muchos actores, muchos más afamados que el por aquella época no
consiguieron pasar: la transición del cine mudo, mucho más ostentoso en sus
interpretaciones, al sonoro y ahí Gary Cooper es cuando se ganó definitivamente
a crítica, demostrando que sus calidad interpretativa iba mucho más allá que su
atractivo físico.
Dos grandes y tempranos éxitos vienen a marcar el devenir
del joven Gary Cooper no son otros que “Marruecos” (1930) de Sternberg para
gloria de Marlene Dietrich, y sobre todo la antibelicista y exitosa, basada en
el bestseller de Hemingway, “Adios a las armas” de Borzage solo dos años
después.
En la década de los treinta en cuando Cooper aprovecha para
labrarse su reputación y amistad con los principales directores de la meca del
cine así trabaja para Lubitsch (“Una mujer para dos” o “La octava mujer de barba azul”) , Hawks ("Vivamos hoy”), Hathaway (“Sueño de amor eterno”) o Capra
(“El secreto de vivir”).
El incansable trabajo durante los treinta aumenta el
prestigio y el caché de Cooper lo que lo conduce a empezar a firmar auténticas
obras de arte durante la década de los cuarenta. Obras maestras como “Bola de fuego” de nuevo junto a Hawks o “Juan Nadie” de Capra van enriqueciendo poco a
poco su filmografía.
En esta década Gary Cooper se reencuentra con sus inicios de
“vaquero” un tanto abandonados con películas como “El forastero” de Wyler o
“Dallas ciudad fronteriza”, título que le darán las tablas necesarias para
firmar en un futuro obras maestras de género.
El género bélico que lo catapultó a la fama años atrás con
“Adios a las armas” irrumpe de la misma forma en su obra y con títulos tan
importantes como “Por quien doblan las campanas” (curiosamente de nuevo basada
en una novela de Hemingway) y sobre todo “El sargento York” (1941) de Howard Hawks, biopic patriótico a
fin de exaltar los ánimos en una época difícil que convirtió a Cooper en un símbolo
del pueblo americano y le concedió la oportunidad de alzarse con su primer
Oscar de la academia.
Cooper aprovecha esta sensibilidad en torno a su figura para
formar otra obra por la que el pueblo americano lo recuerda aun hoy en día.
Encarna la entereza del malogrado Lou Gehrig, víctima de una extraña enfermedad
(que aun hoy lleva su nombre) que lo consumió en lo más alto de su carrera en
el mundo del béisbol en “El orgullo de los yanquis”
Ya en los cincuenta, un Gary Cooper maduro se proponía
seguir en la cresta de la ola con un género al que tanto le tiene que
agradecer. Firma un buen puñado de westerns, destacando “Veracruz”, junto a una
joven y bella Sara Montiel, “El honor de capitán Lex”, ambientada en la guerra
de secesión de los Estados Unidos y sobre todo “Solo ante el peligro” tenso
western psicológico en el que su excelente interpretación le acarrea su segundo
y definitivo Oscar.
Fuera del género western y como ya recalcamos un tanto
maduro y cansado, Cooper se prodiga poco en estos últimos años. Títulos como
“Ariane” de Wilder o el thiller “Sombras de sospecha” (que a la postre sería su
última película) son raros casos en la filmografía de Cooper durante estos años.
Recién cumplidos los sesenta años un fulminante cáncer acaba
con su vida, finalizando de una manera un tanto precipitada una de las carreras
más exitosas que se recurda en Hollywood.
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