viernes, 17 de febrero de 2012

Cary Grant


Cary Grant fue (y es) al cine lo que pudo ser Audrey Hepburn en términos femeninos. Un icono del glamour y de la moda, un paradigma de la elegancia y el saber estar.

Nacido a comienzos del siglo XX en el seno de una humilde familia de Bristol, como Archibald Alexander Leach, el joven Archie vive ya de muy pequeño la crueldad de la vida y ve como su madre es internada en un psiquiátrico. Este hecho, que lo marcará para toda su vida, unido a sus penurias económicas hacen que Archie se enrole en los más variopintos music-halls desde edades muy tempranas, algo que le valdrá de tablas para su futura carrera.


Era cuestión de tiempo que Archie cruzase el charco para probar fortuna en el país de las oportunidades, fue con tan solo veinte años de la mano de la troupe de Bob Pender, de la que pasó a Broadway y gradualmente a hacer de extra o con papeles muy secundarios en películas más o menos relevantes (entre las que destaca “La Venus rubia” [1932] de Sternberg) hasta que un buen día una estrella consagrada como Mae West pone sus ojos en el joven Archie y para ser francos más bien atraída por su espléndido físico que por su calidad interpretativa decide hacer de ese apolíneo joven un estrella en ciernes de un cine sonoro que prácticamente estaba aun en pañales. La estrella de Cary Grant estaba comenzando a forjarse.


Los años treinta trajeron consigo mucho trabajo. Su aparición en un puñado de cintas que poco a poco le iban abriendo el camino de un Hollywood que ansiaba nuevas estrellas en consonancia a las del cine mudo (muchas de las cuales no habían sido capaces de dar el salto). Su primer gran papel vino de la mano de una joven Kate Hepburn que, a parte de convertirse en una de sus parejas predilectas, sería una de las más grandes actrices del estrellato hollywoodiense. La película en cuestión era “La gran aventura de Silvia” (1935) de George Cukor.


El éxito y reconocimiento de Cary Grant era cada vez mayor, lo que le permite cerrar los años treinta en pleno estrellato, estrenando un éxito tras otro desde “La pícara puritana” (1937) de Leo McCarey con Irene Dunne, hasta su reencuentro con Katherine Hepburn en “Vivir para gozar” (1938) de nuevo a cargo de Cukor o películas más alejadas de sus papel de galán como “Gunga din” (1939) de George Stevens o “Sólo los ángeles tiene alas” (1939) de Hawks (presentación en sociedad de una joven Rita Hayworth), pero sin embargo el film más relevante de esta primera década de trabajo es un de las mejores comedias de la historia “La fiera de mi niña” (1938), de nuevo acompañando a su buena amiga Kate Hepburn y bajo la batuta de Howard Hawks. Todo un ejemplo de “screwball comedie”.



Los treinta traen consigo una amistad (para muchos una relación homosexual) de la mano del también actor Randolph Scott (famoso en los cincuenta en el género western, per que nunca se aproximo a la fama de Grant). Sea como fuere y polémicas a parte esta relación nunca confirmada traía de cabeza a los estudios que en cierto modo obligaron a Cary Grant a contraer matrimonio, para alejar sospechas. Sea como fuere la relación entre Grant y Scott trascendió más allá de los cuatro matrimonios del primero y solo finalizó con la muerte de Cary Grant en los ochenta, más de cincuenta años después de haberse conocido.


Los años cuarenta se abren para Cary Grant con otra de las grandes películas del la historia del cine, una de las fijas en todo ranking que se precie y una vez más de la mano de su inseparable Kate Hepburn (la propietaria de la historia del film), pero esta vez bien secundados por otro de los grandes: Jimmy Stewart y todo bajo la factura de nuevo de George Cukor, cualquier cinéfilo se dará cuenta que estamos hablando de “Historias de Filadelfia”.


Con el actor ya consolidado, los cuarenta siguen dando más lustre quizá a su rutilante carrera destacando títulos clave como “Arsénico por compasión” (1944) de Capra, una serie de comedias amorosas en donde dar rienda suelta a su buen hacer y elegancia como “El Solterón y la menor” (1947) de Irving Reis o la hilarante “La novia era el” (1949) de Howard Hawks, en donde podemos a ver al actor perfectamente travestido o melodramas como “Serenata nostálgica” (1941) de George Stevens.


Pero los cuarenta serán recordados como el inicio de una fructífera relación entre el actor y Alfred Hitchcock. Dos de las cuatro colaboraciones entre estos dos genios están datados en esta época. Es el caso de “Sospecha” (1941) en donde Grant cambia de registro, jugando con la ambigüedad de sus intenciones, algo que no encajaron muy bien los fans del actor acostumbrados a verlo siempre como el perfecto caballero y “Encadenados” (1946), en donde comparte con Ingrid Bergman el considerado beso más largo de la historia del cine.


Los cincuenta acarrean para Grant la madurez, eso si un madurez espléndidamente llevada, pero como el decía le parecía un poco extraño “Intentar hacer el amor a jovencitas que podían pasar perfectamente por sus hijas”. De todo modos el caché del actor permanecía intacto y era considera como uno, sino el que más, de los actores predilectos de Hollywood. De esta época datan comedias como “Me siento rejuvenecer” (1952) de Howard Hawks junto a una joven Marilyn Monroe, “Cintia” (1958) de Melville Shavelson en este caso su joven pareja era una Sophía Loren casi recién llegada a Hollywood, melodramas, como el remake de “Tu y yo” (1939) de Leo McCarey o grandes superproducciones como “Orgullo y pasión” (1957) de Stanley Kramer, rodada en España.


Caso a parte fueron sus dos películas con Hitchcock: “Atrapa a un ladrón” (1955) glamour y lujo en Montecarlo con Grace Kelly y sobre todo “Con la muerte en los talones” (1959) una verdadera obra maestra del género.



Los sesenta suponen la despedida de Cary Grant de la gran pantalla, ya con los sesenta años bien entrados Cary Grant decide dejar definitivamente lo que había sido su vida a los largo casi cuarenta años de profesión. Antes aún consigue dejar un par de títulos reseñables: uan comedia romántica con toques de intriga como “Charada” (1963) al lado de Audrey Hepburn y “Suave como visón” (1962) de Delbert Mann junto a Doris Day.


A finales de 1986 y tras un largo retiro del mundo del cine de casi veinte años, solo roto por su aparición en los Oscar de 1969 para recoger un Oscar honorífico por toda su carrera (resulta imposible creer que lo largo de su carrera solo haya obtenido dos nominaciones a la preciada estatuilla [“Un corazón en peligro” y “Serenata nostálgica”], Hollywood despertaba con la noticia que Cary Grant había fallecido durante una gira por Estados Unidos que estaba haciendo a fin de repasar su carrera para las nueva generaciones. Ese día una de las estrellas más grandes de Hollywood se apagaba, dejándonos, eso si, cientos de imágenes y escenas para el recuerdo.

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