sábado, 25 de febrero de 2012

Ava Gardner


“El animal más bello del mundo” acuñaba la famosa frase para referirse a Ava Gardner,  sin negar su belleza que la tenía y mucha la mejor promoción para esta actriz era sus constante y brillante trabajo, pues delante de la cámara no es donde solo no lucía hermosa sino donde desplegaba todo su abanico interpretativo demostrando a lo largo de una excelente filmografía su calidad como actriz más allá de una bonita cara.

Ava Lavinia Gardner nace en 1922 en el seno de una familia numerosa al cuidado de una plantación de tabaco en Carolina del Norte. Sun infancia, pese a lo apurado de su situación económica, transcurre felizmente hasta que según cuenta la leyenda mientras estudiaba secretariado un cuñado suyo propietario de una tienda fotográfica en Nueva York, sabedor de su evidente belleza, le toma una serie de fotos a fin de exponerlas en su escaparate durante una visita de Ava a la gran manzana. Da la casualidad que un alto cargo de la Metro recorre la zona y se queda embelesado con la belleza y la fuerza que desprenden aquellas fotografías de un joven desconocida. Comenzaban los años 40 y en aquel justo momento y sin ni siquiera saberlo la carrera de Ava Gardner estaba a punto de despegar.


Como es común en estos casos sus primeras apariciones brillan por la ausencia de diálogos o por ser esporádicas. Aun así es capaz de captar la atención de uno de los niños prodigio de Hollywood, en esa época ya no tan niño, y es que en 1942 contrae matrimonio con Mickey Rooney, matrimonio que apenas dura unos meses. Un par de años después sería el conocido clarinetista de jazz Artie Shaw el que cae rendido a sus encantos convirtiéndose en el segundo matrimonio de una Ava que contaba tan solo 23 años. Amoríos a parte 1946 es el año en que por fin se le concede el papel protagonista en una película y además por partida doble “Señal de parada” de Leonide Moguy y “Forajidos” de Robert Siodmak excelente film noir basado en un relato de Hemingway.


No es hasta los cincuenta, ya casada por tercera y última vez con Sinatra, cuando empezamos a ver los mejores títulos de la actriz. En el primero de ellos “Pandora y el holandés errante” (1950) de Albert Lewin interpreta a una “femme fatale” que utiliza a los hombre a su antojo. En las dos siguientes muestra la magnificencia del continente africano en “Las nieves del Kilimanjaro” (1952) de Henry King dando réplica a un estupendo Gregory Peck y en “Mogambo” (1953) de John Ford cerrando un trío de lujo junto a Grace Kelly y Clark Gable por el que además obtuvo su única nominación al Oscar.



En lo cincuenta también tiene tiempo para vestirse de época como una creíble Lady Ginebra en “Los caballeros del rey Arturo” (1953) de Richard Thorpe y acompañar a Humphrey Bogart en un de los grandes títulos de ambas filmografías “La condesa descalza” de Mankiewicz, un relato que bien podía ser el de la vida de la propia Ava. Cierra la época con una cinta que dio mejores frutos de los esperados un apocalíptico film de la mano de Stanley Donen que la reunía de nuevo con Gregory Peck y que respondía al esclarecedor nombre de “La hora final” (1959)



En los sesenta su ritmo de trabajo comienza a bajar aun así participa en dos obras maestras durante esta década la majestuosa “55 días en Pekín” (1963) de Nicholas Ray, que pronto se convierte en un auténtico clásico del cine de aventuras y “La noche de la iguana” (1964) de John Huston, otra de la buenas adaptaciones a la gran pantalla del dramaturgo Tennesse Williams.



Con “El juez de la horca” (1972) de John Huston (un remake de “El forastero”) Ava Gardner cierra sus actuaciones salientables para el séptimo arte, aun así sigue actuando durante todos los setenta e incluso alguna aparición muy esporádica ya en lo ochenta, pero todos ellos papeles menores muy lejanos a los que le dieron fama mundial.


Su madurez estuvo ligada a dos países: España del que se enamoró durante el rodaje de “La condesa descalza” y el que se afincó, dando a correr ríos de tinta con tórridos romances sobre todo con el matador Luís Miguel Dominguín, solo sus problemas con el fisco hicieron que abandonase este país que tan bien se amoldaba a sus gustos. De ahí partió a Inglaterra en donde permaneció los últimos años de su vida apareciendo en alguna que otra serie televisiva británica y en donde fallecería en 1990 a la relativamente temprana edad de 67 años debido a una neumonía.

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