Después de un tiempo de descanso retomamos las filmografías
del blog por la puerta grande gracias a la figura de un personaje clave en la
historia del cine. Con Billy Wilder no rescatamos simplemente al denominado por
muchos rey de la comedia, sino a uno de los más grandes directores y guionistas
que ha dado la historia del cine.
Su exitosa historia comienza allá por en un pequeño pueblo
de la actual Austria (de aquellas perteneciente al desaparecido imperio
austrohúngaro). Una bucólica aldea del interior de Europa que finalmente pasará
a la posteridad por ser la cuna de Billy Wilder.
Sus primeros años los pasa como cualquier niño de aquella
época no es hasta su adolescencia sufre un flechazo gracias del ya emergente
cine que hace replantearse su futuro profesional que ya tenía labrado como
periodista. De ahí pasa a la UFA ofreciendo su talento como guionista, ayudado
en su pasado periodístico. Lo que en un principio son ayudas puntuales pronto
se convierten en guiones más elaborados todo ello gracias a su gran talento y
perseverancia y lo que parecía se iba a convertir en una exitosa carrera en una
Alemania que era la vanguardia cinematográfica por excelencia (frente a un
Hollywood que aun estaba emergiendo) se ve truncada por la irrupción de Hitler
en el poder. Wilder judío como era se ve obligado a dejar todo de la noche a la
mañana y tras previo paso por Francia en donde ya lo vemos acreditado en su
primera obra con algo de calado (“Curvas peligrosas”) llega a los EEUU con lo
puesto corre el año 1934.
Lejos de amilanarse con un idioma que le era extraño y una
modo de vida al que no estaba acostumbrado Wilder no tarda en ofrecer sus
servicios como guionista a las mayors, y pese al inconveniente del
idioma consigue llevar a cabo algún proyecto. Un momento clave en estos años es
su encuentro con su compatriota e idolatrado Ernst Lubitsch, ya afincado en
Hollywood años atrás y muy bien considerado por la industria en aquel entonces.
El apoyo de Lubitsch es crucial en la carrera de Wilder, con el cual forma un
creativo binomio culminado con el guión de “Ninotchka”, una de las grandes
obras de Lubitsch.
El éxito cosechado opio aquel entonces y sus ansias por
dirigir sus propios guiones lleva a Wilder detrás de las cámaras por primera
vez con “El mayor y la menor” comedia romántica con Ray Milland y Ginger Rogers
como protagonistas y que supone su bautizo de fuego en Hollywood. La cinta
resulta y le abre las puertas de la meca del cine, inercia que aprovecha para
rodar “Cinco tumbas al Cairo” que viene a ratificar su buen hacer tras las
cámaras
Llega 1944 y con ello el estreno de “Perdición”, toda una
auténtica obra maestras y toda un precursora del cine negro con elementos como
la femme fatale (Barbara Stanwyck), el ambiente sórdido y lúgubre, la tenue iluminación…
toda una serie de patrones qu luego sería copiados hasta la saciedad. La figura
de Billy Wilder acababa de nacer.
Tras este abrumador y pese al lunar de la gala de los Oscar
en donde no se alza con ninguna estatuilla llega otro gran éxito. Wilder se
reencuentra de nuevo con Milland para trazar uno de los mejores retratos que
hasta la fecha ha hecho el cine sobre el alcoholismo, “Días sin huella” se
convierte pronto en un clásico y esta vez si que barre en los Oscar, mejor
guión adaptado, mejor dirección y película y mejor actor).
Tras estas dos obras maestras Wilder se reencuentra con cu
pasado con “Berlín occidente”, narrando la postguerra de un conflicto que
marcaría para siempre la historia de la humanidad y se embarca en una comedia
menor un tanto olvidable de título “El vals del emperador”.
Lejos de amilanarse Wilder comienza la década de los
cincuenta con otra obra que se escribe con letras de oro en la historia del
cine. “El crepúsculo de los dioses” supone otro hito dentro del cine negro y le
reporta un nuevo Oscar, esta vez como guionista.
El batacazo llega después con “El gran carnaval” una obra
que parecía tener todo para triunfar, con un buen guión y un excelente reparto,
pero a la que sin embargo ni crítica ni publico responden, pese a tratarse del
nuevo proyecto de un Wilder ya con fama de excelente director. Wilder tarda
poco o nada en pasar página con un homenaje a su pasado judío y las vivencias
familiares, muchos de llenos recluidos e incluso muertos en campos de
concentración con “Traidor en el infierno”, ambienta precisamente en uno de
esos campos de concentración para militares.
La última etapa de los años cincuenta en la que le trae la
fama de gran genio de la comedia, pues en ella enlaza un éxito tras otro. Todas
ellas comedias ágiles, coguionizadas con su inseparable A. L. Diamond y todas
elles dotadas de un reparto excelente. Hablamos de obras tan importantes como
“Sabrina” o “Ariane” con Audrey Hepburn como su musa junto a galanes
consagrados como Gary Cooper o Humphrey Bogart o “La tentación vive arriba” y
la eterna “Con faldas y a lo loco” con Marilyn Monroe como protagonista
femenina casi nada.
Entremedias tiene tiempo de rodar un más que correcto biopic
sobre el héroe Norteamérica Lindberg en “El héroe solitario” excepcionalmente
interpretado por otro grande como Jimmy Stewart y para un incursión en el
thriller judicial con uno de los grandes título del género. Con “Testigo de cargo” Wilder se doctora no solo como un genio de la comedia, sino como un
polifacético y camaleónico guionista y director y su carrera ya empezaba a
estar al alcance de muy pocos.
El igual que en la década pasada lo sesenta también
comienzan con buen tino para Wilder y como ya empieza ser habitual deja sus sello con otra obra
maestra. “El apartamento” no solo se convierte en todo un referente del género,
sino que le granjea otra noche espectacular en la gala de los Oscar con cinco
galardones.
Tras estas grandes obras maestras, que parecen tocar su
cenit con “El apartamento”, al menos en lo que a premios se refiere, Wilder
logra más obras de bella factura como “Uno, dos, tres” (1961) , “Irma la dulce” (1963), “En bandeja de plata” (1966) o “La vida privada de Sherlock Holmes”
todas ellas grandísimas películas, pero sin llegar a la excelencia de muchas de
sus predecesoras.
Sus últimos años como director los aprovecha para reunirse
con viejos amigos y llevar a cabo una serie de obras menores y más personales
que finalizan en 1981 con “Aquí un amigo”
Desde esa fecha y hasta su muerte, justo veinte años
después, Wilder tiene tiempo de rememorar su vida con documentales e impartir
cátedra como uno de los grandes. Con el queda atrás no solo la época más
gloriosa del cine y su colaboración con los más grandes actores y actrices de
la meca del cine. Sino un puñado de excelente películas y la friolera de cinco Oscars repartidos entre guionista y director.
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