Hablar de John Ford son palabras mayores, es hablar del padre del
western, todo un referente dentro de uno de los géneros más importantes de
séptimo arte. Descubridor de grandes mitos como John Wayne y todo un impulsor e
innovador de un género que vio prácticamente nacer en la época muda y al que
llevó a las cotas más altas con clásicos imperecederos que quedaron como legado
de su obra en la época de oro de un género que tras notó en demasía su falta
hasta caer paulatinamente en el olvido hasta la llegada revitalizadora en los
años sesenta de spaghetti western.
Es además uno de los directores más laureados con cuatro
entorchados a mejor director (de un total de cinco nominaciones). Películas que
curiosamente ninguna de ellas es un western, el género por que que sin lugar a
ninguna duda es y será siempre recordado.
Irlandés de origen, como bien se comprobará a lo largo de su
obra, tiene claro que se dedicará al cine desde muy temprano, de ahí la
longevidad de su obra, más de cincuenta años de profesión y su gran legado
filmográfico con más de 150 películas en su haber. Su trabajo comienza ya en la
temprana época muda, datando sus primeras trabajos de un lejano 1917, sin
embargo su primera gran obra y la joya de la corona de su época silente a una superproducción de la época como “El caballo de hierro” (1924), western que gira en torno al ferrocarril y a los
pioneros conquistadores del inhóspito oeste americano y en el que John Ford da
ya muestras de lo que va a ser su cine.
Ya en la etapa sonora y tras una serie de obras de distinta índole como “Río arriba” (1930), “El Dr. Arrowsmith” (1931) o “La patrulla perdida” (1934), John Ford adapta una novela bélica sobre su tan añorada Irlanda de título “El delator” (1935) y como consecuencia, y pese a no ser una de sus obras más recordadas el director se alza con su primera estatuilla.
Y tras otra fase de alternancia de diversos géneros, incluido el histórico con un más que decente versión de “Maria Estuardo” (1936), John Ford cierra los años treinta con la que se considera la primera de sus obra maestras, que paradójicamente no le acarrea un nuevo premio como director (quedando “solo” como nominado). En “La diligencia” (1939) no solo logra perfeccionar el género western, sino que presenta para el género un joven actor de andar desgarbado que ya se empezaba a dar a conocer por el género y que responde al nombre de John Wayne, el cual se erige en auténtico protagonista del la cinta, en lo que será su primer gran papel de muchos que lo encumbrarán a mito del género. Además en la película podemos observar el hoy en día famoso monument valley, famoso gracias en parte a ser una de las localizaciones favoritas del director en sus recurrentes western.
Los años cuarenta comienzan demostrando que la figura de John Ford acababa de asentarse con fuerza en el difícil mundo de Hollywood, aparte de otro gran western de ese especial binomio creativo forjado durante años con John Wayne de título “Hombres intrépidos” (1940), adapta a la gran pantalla la monumental “Las uvas de la ira” (1940) de Steinbeck, que a parte de convertirse en todo un referente del séptimo arte le otorga su segunda estatuilla.
Antes del estallido de la segunda guerra mundial en la que servirá como excelente documentalista a fin de levantar los ánimos de las minadas tropas norteamericanas, teien tiempo de repetir hazaña con otro clásico imperecedero como”¡Qué verde era mi valle!” (1941), que no solo fue la película del año sino que le reporta su tercera estatuilla como mejor director.
Tras el conflicto y con producciones de tipo bélico como “No eran imprescindibles” (1946), John Ford retorna al western para aventurarse en lo que a la postres se consideraría la etapa de oro del género. Prosiguen los años cuarenta buenas obras “Tres padrinos” (1948) o “El fugitivo” (1947).
Sin embargo esta época de tal creatividad y apogeo del género es recordada por otras dos obras maestras de John Ford. “Fort Apache” (1948) y sobre todo “La pasión de los fuertes” (1946) con un exultante Henry Fonda.
Con “Rio grande” (1950) abre su participación en los años
cincuenta que en su comienzo estarían marcadas por otras dos grandes obras que
nos dejaría el directo como legado. “El hombre tranquilo” (1952), película
costumbrista con reminiscencias irlandesas y de nuevo al alado de John Wayne,
película que por otra parte del depara su cuarta y última estatuilla, y una
incursión en el cine de aventuras como “Mogambo” (1953), imperecedera cinta con
un excelente reparto bajo sus órdenes.
El auge en aquellos momentos del fenómeno televisivo desvía la atención de Ford cara un medio que tenía visos de convertirse en una seria alternativa al cine, en una próspera sociedad de postguerra cada vez más cambiante. Su regreso a la gran pantalla es por la puerta grande, es el considerado por críticos y expertos el mejor western de la historia. Un filme que termina de mitificar la imagen del director y del su actor fetiche como iconos del género. Un épica aventura a través del árido oeste de título “Centauros del desierto” (1956).
El final de los cincuenta y principio de los sesenta deparan obras importantes como “Misión de audaces” (1959) o “Dos cabalgan juntos” (1961) que siguen demostrando que el western se encuentra en un óptimo estado de forma y que pese a que su declive comienza a vislumbrase, aun es capaz de facturar buenas películas.
La siguiente parada obligada en su obra es para “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962), que con permiso de sus últimas obras está considerada como el último gran legado de este maestro del cine. Todo un ejemplo de western psicológico en donde tanto James Stewart como John Wayne brillan con luz propia.
Su carrera se prolonga un par de años más desde esta obra, finalizando a mediados de los años sesenta. Con ella se finaliza una de las más longevas y exitosas de un director en Hollywood, revitalizador de un género y mentor de una gran hornada de directores que se dedicaron a engrandecer y revitalizar el western.
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