viernes, 10 de febrero de 2012

Serguéi M. Eisenstein


Serguéi Mijáilovich Eisenstein resulta una figura clave no solo del cine mudo, del que firma obras de arte, sino en el discurrir del cine moderno. Idolatrado por muchos por su gran manejo de la técnica del montaje y denostado por otros por sus ideas abiertamente comunistas lo que no se puede dudar de la importancia capital y necesaria de Eisenstein en el desarrollo de un nuevo lenguaje cinematográfico justo cuando este aún se encontraba en “pañales”.

Eisentein comienza su andadura en una Rusia convulsa, que salía a duras penas de la I guerra mundial y de una guerra civil. Una Rusia en donde se erigía el comunismo como modelo de gobierno en antítesis del capitalismo imperante en prácticamente el resto del globo.

Durante esta convulsa época el futuro director ya hacía sus pinitos con grupos de teatro amateur. Su cotidianidad se llevaba a cabo entre duras cadenas de montaje en las que el pueblo obrero trabajaba con grandes precariedades. Tras ser consciente del potencial que el arte del montaje podría aportar aplicándose al cine decide romper con el teatro y dedicarse en cuerpo y alma al cine y al perfeccionamiento de esta novedosa técnica. Así surge su primera gran obra “La huelga” (1924), en tono siempre comunista (algo que caracterizará su obra) denuncia el trato recibido por el proletariado mediante un cine basado en el expresionismo alemán y en donde ya se ve sus grandes avances con el montaje fílmico, que a raíz de aquel entonces vendrían como un soplo de aire fresco en un cine que necesitaba evolución para no quedar relegado al olvido.


Su buen hacer hace que el propio gobierno soviético le encargue una obra conmemorativa de los primeros intentos revolucionarios, allá por 1905. Eisenstein se pone manos a la obra y no decepciona la factura resulta ser una de las obras capitales de la historia del cine “El acorazado Potemkin” (1925), otra muestra comunista que cuenta con escenas antológicas, como las de la escalinata (de las que vemos influencias incluso más de sesenta años después con el guiño de Brian De Palma en la exitosa “Los intocables de Eliot Ness”)



Eisenstein era cada vez más conocido y considerado en el mundo entero cuando factura su siguiente film. Otro encargo del gobierno para conmemorar el décimo aniversario de la revolución de octubre: “Octubre” (1928), pese a la discrepancias (y posterior censura) de Stalin con el montaje final la obra resulta abrumadoramente honesta y de una calidad incuestionable. La fama dada con estas tres grandes obras y sus discrepancias con el régimen hacen que Eisenstein tome la decisión de hacer las maletas y emigrar a la meca del cine y, por otro lado del capitalismo: los Estados Unidos y así de paso investigar en la novedosa técnica del cine sonoro.


En Nueva York fue recibido como un auténtico genio, se canso de dar simposios y charlas técnicas sobre cine para el más selecto de los públicos y le fue ofrecido un contrato por la Paramount para rodar en suelo americano. Fruto de esa colaboración surge “La línea general” (1929), rodado en la línea del director ruso, los americanos no pueden negar la evidencia de la bella factura técnica de la película, pero las ideas comunistas del director incomodaron a los patriotas capitalistas hasta tal punto de quedar este relegado a un segundo plano tras el estreno del film. Conciente ello Eisenstein se hace a un lado y decide continuar su periplo por suelo americano por México en donde se embarca en un ambicioso proyecto, auspiciado por le elite cultural local (el matrimonio Khalo-Rivera entre otros) y que pese a sus esfuerzos e intereses choca con la financiación (mayoritariamente norteamericana) y queda inconclusa, pese a ello hoy en día aun podemos apreciar ese trabajo en ¡Qué viva México! (1932). Tras una serie de trabajos es reclamado de nuevo por la patria rusa. Medio obligado regresa s su país.


Como encargo directo de Stalin, a fin de levantar el ánimo de los combatientes rusos con el ejercito nazi, rueda a lo que a la postre se convertiría en otra de sus obras maestras: “Alexander Nevsky” (1938), con una técnica impecable y con música de Prokofiev narra una historia patriótica ambientada en la Rusia medieval de un iconoclasta que acaba convirtiéndose en un relevante príncipe ruso.


Con el fin de la II guerra mundial un ambicioso Eisenstein pone sus miras en un nuevo proyecto que lo encumbraría definitivamente a los altares de la historia del cine. Se trata de la vida de Iván IV de Rusia, importante y controvertida figura (apodado el terrible) de la historia rusa. El proyecto estaba concebido en forma de trilogía. Un primera parte se estrenó en 1944, pero la censura pospuso el estreno de su segunda parte hasta 1958. Estreno que por desgracia Eisenstein no pudo ver pues fallecía en 1948 sin ni siquiera poder haber cerrado la trilogía, pues falleció durante el rodaje de la tercera de las partes. Mutilada y todo la historia de Iván el terrible contada por Eisenstein resulta un de las obras claves de toda la historia del cine. Un gran legado tal y como el hubiese esperado.

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