viernes, 14 de marzo de 2014

Billy Wilder




Después de un tiempo de descanso retomamos las filmografías del blog por la puerta grande gracias a la figura de un personaje clave en la historia del cine. Con Billy Wilder no rescatamos simplemente al denominado por muchos rey de la comedia, sino a uno de los más grandes directores y guionistas que ha dado la historia del cine.

Su exitosa historia comienza allá por en un pequeño pueblo de la actual Austria (de aquellas perteneciente al desaparecido imperio austrohúngaro). Una bucólica aldea del interior de Europa que finalmente pasará a la posteridad por ser la cuna de Billy Wilder.

Sus primeros años los pasa como cualquier niño de aquella época no es hasta su adolescencia sufre un flechazo gracias del ya emergente cine que hace replantearse su futuro profesional que ya tenía labrado como periodista. De ahí pasa a la UFA ofreciendo su talento como guionista, ayudado en su pasado periodístico. Lo que en un principio son ayudas puntuales pronto se convierten en guiones más elaborados todo ello gracias a su gran talento y perseverancia y lo que parecía se iba a convertir en una exitosa carrera en una Alemania que era la vanguardia cinematográfica por excelencia (frente a un Hollywood que aun estaba emergiendo) se ve truncada por la irrupción de Hitler en el poder. Wilder judío como era se ve obligado a dejar todo de la noche a la mañana y tras previo paso por Francia en donde ya lo vemos acreditado en su primera obra con algo de calado (“Curvas peligrosas”) llega a los EEUU con lo puesto corre el año 1934.


Lejos de amilanarse con un idioma que le era extraño y una modo de vida al que no estaba acostumbrado Wilder no tarda en ofrecer sus servicios como guionista a las mayors, y pese al inconveniente del idioma consigue llevar a cabo algún proyecto. Un momento clave en estos años es su encuentro con su compatriota e idolatrado Ernst Lubitsch, ya afincado en Hollywood años atrás y muy bien considerado por la industria en aquel entonces. El apoyo de Lubitsch es crucial en la carrera de Wilder, con el cual forma un creativo binomio culminado con el guión de “Ninotchka”, una de las grandes obras de Lubitsch.


El éxito cosechado opio aquel entonces y sus ansias por dirigir sus propios guiones lleva a Wilder detrás de las cámaras por primera vez con “El mayor y la menor” comedia romántica con Ray Milland y Ginger Rogers como protagonistas y que supone su bautizo de fuego en Hollywood. La cinta resulta y le abre las puertas de la meca del cine, inercia que aprovecha para rodar “Cinco tumbas al Cairo” que viene a ratificar su buen hacer tras las cámaras


Llega 1944 y con ello el estreno de “Perdición”, toda una auténtica obra maestras y toda un precursora del cine negro con elementos como la femme fatale (Barbara Stanwyck), el ambiente sórdido y lúgubre, la tenue iluminación… toda una serie de patrones qu luego sería copiados hasta la saciedad. La figura de Billy Wilder acababa de nacer.


Tras este abrumador y pese al lunar de la gala de los Oscar en donde no se alza con ninguna estatuilla llega otro gran éxito. Wilder se reencuentra de nuevo con Milland para trazar uno de los mejores retratos que hasta la fecha ha hecho el cine sobre el alcoholismo, “Días sin huella” se convierte pronto en un clásico y esta vez si que barre en los Oscar, mejor guión adaptado, mejor dirección y película y mejor actor).


Tras estas dos obras maestras Wilder se reencuentra con cu pasado con “Berlín occidente”, narrando la postguerra de un conflicto que marcaría para siempre la historia de la humanidad y se embarca en una comedia menor un tanto olvidable de título “El vals del emperador”.


Lejos de amilanarse Wilder comienza la década de los cincuenta con otra obra que se escribe con letras de oro en la historia del cine. “El crepúsculo de los dioses” supone otro hito dentro del cine negro y le reporta un nuevo Oscar, esta vez como guionista.


El batacazo llega después con “El gran carnaval” una obra que parecía tener todo para triunfar, con un buen guión y un excelente reparto, pero a la que sin embargo ni crítica ni publico responden, pese a tratarse del nuevo proyecto de un Wilder ya con fama de excelente director. Wilder tarda poco o nada en pasar página con un homenaje a su pasado judío y las vivencias familiares, muchos de llenos recluidos e incluso muertos en campos de concentración con “Traidor en el infierno”, ambienta precisamente en uno de esos campos de concentración para militares.


La última etapa de los años cincuenta en la que le trae la fama de gran genio de la comedia, pues en ella enlaza un éxito tras otro. Todas ellas comedias ágiles, coguionizadas con su inseparable A. L. Diamond y todas elles dotadas de un reparto excelente. Hablamos de obras tan importantes como “Sabrina” o “Ariane” con Audrey Hepburn como su musa junto a galanes consagrados como Gary Cooper o Humphrey Bogart o “La tentación vive arriba” y la eterna “Con faldas y a lo loco” con Marilyn Monroe como protagonista femenina casi nada.


Entremedias tiene tiempo de rodar un más que correcto biopic sobre el héroe Norteamérica Lindberg en “El héroe solitario” excepcionalmente interpretado por otro grande como Jimmy Stewart y para un incursión en el thriller judicial con uno de los grandes título del género. Con “Testigo de cargo” Wilder se doctora no solo como un genio de la comedia, sino como un polifacético y camaleónico guionista y director y su carrera ya empezaba a estar al alcance de muy pocos.


El igual que en la década pasada lo sesenta también comienzan con buen tino para Wilder y como ya empieza  ser habitual deja sus sello con otra obra maestra. “El apartamento” no solo se convierte en todo un referente del género, sino que le granjea otra noche espectacular en la gala de los Oscar con cinco galardones.


Tras estas grandes obras maestras, que parecen tocar su cenit con “El apartamento”, al menos en lo que a premios se refiere, Wilder logra más obras de bella factura como “Uno, dos, tres” (1961) , “Irma la dulce” (1963), “En bandeja de plata” (1966) o “La vida privada de Sherlock Holmes” todas ellas grandísimas películas, pero sin llegar a la excelencia de muchas de sus predecesoras.


Sus últimos años como director los aprovecha para reunirse con viejos amigos y llevar a cabo una serie de obras menores y más personales que finalizan en 1981 con “Aquí un amigo”

Desde esa fecha y hasta su muerte, justo veinte años después, Wilder tiene tiempo de rememorar su vida con documentales e impartir cátedra como uno de los grandes. Con el queda atrás no solo la época más gloriosa del cine y su colaboración con los más grandes actores y actrices de la meca del cine. Sino un puñado de excelente películas y la friolera de cinco Oscars repartidos entre guionista y director.

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