lunes, 18 de febrero de 2013

Jean Renoir


Hijo del famoso pintor impresionista francés Auguste Renoir, Jean Renoir intentó trasladar todo el talento demostrado por su padre en los lienzos a un arte todavía en pañales como era el cine, y a buena fe que lo consiguió, maestro entre maestros en el laureado y escogido cine francés, figura capital de realismo poético, principal culpable de varias de las obras más importantes de la historia del cine y gracias a su relativamente corta, pero selecta filmografía todo un referente no solo del cine europeo sino mundial.

Tras pasar el trago de la primera guerra mundial, que entre otras cosas le dejaría una cojera de por vida, Renoir intenta rehacer su vida en un París convulso. Tras casarse con una modelo de su padre y abrir un humilde taller de alfarería el cine irrumpe en si vida y gracias a una obra maestra de Stroheim como “Esposas frívolas” decide volcar su talento al recién estrenado séptimo arte.

No olvidemos que eran tiempo difíciles en una Francia devastada por el horror de la guerra, sin embargo Renoir, sale adelante gracias a la subasta de algunos lienzos que su padre le deja como herencia y se pone a hacer cine. Su primer largo, “La hija del agua” (1924) ya deja entrever la motivación y temática del futuro cine de Renoir. Los años veinte son una época en donde Renoir experimenta adaptando al cine conocidas obra como “La cerillera” (1926) de Hans Christian Andersen o “Nana” (1925) de Emile Zola.


Pese a seguir adaptando grandes clásicos como “Madame Bovary” (1934) y ya en los años treinta, su mejor década, se erige como una de las figuras más relevantes del realismo poético a raíz de “La golfa” (1931). Sus obras en esta década estarán marcadas por un realismo y un cine de marcado carácter social, siendo el ejemplo esencial, no solo de su cine, sino del género “Los bajos fondos” (1936), auténtica obra maestra de Renoir como representante del realismo poético.


Ese mismo año sale a la luz “Una partida de campo”, otra de sus obras más celebradas y recordadas. Un mediometraje basado en la obra de Guy de Maupassant, que entra con mérito propio en la elegida lista de películas a recordar en al evolución de esto que hoy en día conocemos como cine.


Su juventud en la primera guerra mundial es evocada con su obra más conocida. En “La gran ilusión” (1937), un bello canto antibelicista, Renoir no solo nos muestra los horrores de la guerra, que tan cerca le tocó vivir, sino que se reafirma de una vez por todas como uno de los mejores directores de su época,


Con “La bestia humana” (1938), y gracias de nuevo a un relato de Zola, Renoir retrata la vileza del ser humano como pocos directores lo han hecho. Cabe destacar que tal obra es adaptada más adelante también con acierto por otro de los grandes como Fritz Lang en su obra “Deseos humanos” (1954).


“La marsellesa” (1938) supone su vuelta al cine histórico tras “La gran ilusión”. Un impresionante retrato de una época, vista a través de los ojos de su múltiples protagonistas, que no solo marca el devenir de Francia, sino incluso cabría decir que los designios de mundo entero por aquel entonces.


Su primera etapa francesa la cierra con otra de sus obras maestras: “La regla del juego” (1939). Toda una crítica social a un sociedad todavía estructurada en un marcado sistema de castas y en las que como reza el título las reglas de este “preciado” juego juegan un baza importante que todo el mundo debe saber reconocer y poder jugar.


El éxito cosechado en Francia pronto causa revuelo en la meca del cine y Hollywood pone sus miras en este comprometido y reputado director francés, y así en los años cuarenta Renoir desembarca en los EEUU a fin de hacer las américas. Sin embargo, pese a su gran talento, Renoir no acaba de cuajar en Hollywood y tras un puñado de películas de entre las que destaca un drama antibelicista sobre la II guerra mundial protagonizado por Charles Laughton (“Esta tierra es mía”).


Tras su aventura americana y ya en los años cincuenta Renoir regresa a su país natal a finalizar su carrera. Lejos ya de sus grandes títulos consigue enlazar algún que otro éxito en el ocaso de su carrera como “El río” (1951), rodada tras su periplo en la India o “Comida sobre la hierba” (1959), para finalizar su filmografía ya en los años sesenta como no podía ser de otra manera con una nueva muestra antibelicista de nombre El cabo atrapado” (1962). Tras la misma se retira del mundo y se dedica a descansar en su soleada casa de Beverly Hills, en donde, tras un Oscar honorífico allá por 1975, le sorprende la muerte en 1979, contaba 84 años. 





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